Todos tenemos ese amigo.
Ya conoces al tipo. Llega al campo con una bolsa de golf que pesa más que un niño mediano. Lleva el driver más nuevo, un telémetro de $600, sensor de swing y tres wedges diferentes con más opciones de molienda que una cafetería.
Luego sale y dispara un 120.
Oye, nos encanta el entusiasmo. Pero llega un momento en que hay que preguntarse: ¿es el equipo? ¿O es... el swing?
Por otro lado, siempre está ese tipo. Quizás hayas jugado con él. Quizás hayas sido él.
Llega 3 minutos antes de la hora de salida. Lleva un driver, un hierro 7 y un putter, sin bolsa. Lleva chanclas. Recorre 18 hoyos como si nada. Y luego, con naturalidad, hace par.
Una historia real. Y sí, es tan humillante como suena.
Entonces, ¿cuál es la lección aquí (además de "calentar siempre")?
Es que el equipo brillante es divertido, pero no te ayudará con tus fundamentos. No puedes comprar una rebanada de plátano. Ningún palo te va a ayudar si tu swing es mitad béisbol y mitad lacrosse.
¿El verdadero cambio? Una o dos lecciones.
En serio, por menos del precio de esa varilla de driver nueva que tanto te gusta, podrías conseguir un profesional capacitado para que arregle lo que falla. Y a diferencia de tu entrenador de swing que acumula polvo en el garaje, una lección sí funciona.
No decimos que el equipo no importe. Sí importa, sobre todo cuando tu juego empieza a funcionar. Pero si tu cartucho tiene un Trackman, un altavoz Bluetooth y tres docenas de bolas premium, y tu tarjeta de puntuación sigue pareciendo un número PIN, quizá sea hora de replantearte la mejora.
Así que aquí está la conclusión:
Si de verdad quieres bajar tu puntuación, empieza por tu swing, no por tu bolsillo. Y quizás, solo quizás... deja algunos palos en casa la próxima vez. Te sorprenderás.
O, al menos, deja de culpar a tu hierro 4. Es inocente.
Resumen:
Un buen equipo está bien. ¿Pero una clase de golf? Esa es la verdadera arma secreta.